La Sanchina de Machalí: recuperan otra casona histórica
26 junio 2020
La restauración de la casa, que perteneció a la familia Sánchez Fontecilla, y que dio origen al sector donde se ubica, entra en su etapa final. Hoy tiene una serie de programas culturales y es un punto de encuentro para la comunidad.
Ubicada en el límite de las comunas de Rancagua y Machalí, representa un verdadero portal para los habitantes de esas ciudades. Es la casona patronal conocida como La Sanchina, un hito histórico, arquitectónico y patrimonial de la Sexta Región, que hoy está viviendo una nueva etapa a través del rescate al que fue sometida después de ser amenazada no solo por el terremoto de 2010, sino por una latente posibilidad de demolición.
«Aquí hay muchas casonas, pero esta es la única de estas dimensiones dentro de la ciudad que está restaurada a este nivel», comenta la arquitecta Gloria Muñoz, quien está a cargo de la gestión cultural de La Sanchina. La casa fue adquirida por una inmobiliaria con intereses en el sector, que decidió conservar la pieza arquitectónica dado su valor cultural y su potencial.
Según los registros, la casa tiene unos 170 años de antigüedad y los especialistas la ven como un testigo del paso de la época colonial a la republicana. Es una construcción en adobe y madera, con muros de 50 cm de espesor y techumbre de teja chilena. Con 2.000 m {+2} construidos, tiene extensos corredores laterales bajo aleros de dos metros, además de diez salones, una serie de habitaciones, tres patios, jardines anterior y posterior, un gran galpón de 600 m {+2} y una capilla, lo que suman 15 mil m {+2} de propiedad. En su tiempo llegó a albergar a unos 50 habitantes.
Era el punto central de la hacienda de mil cuadras perteneciente a Ciriaco Valenzuela, quien la vendió al político y empresario naviero Mariano Sánchez y Bravo de Naveda, quien se instaló junto a su esposa, doña Josefa Fontecilla. De la familia Sánchez Fontecilla, de 11 hijos, viene el nombre de La Sanchina.
«Se trata de una casa de grandes dimensiones, pero al mismo tiempo muy rústica. No tiene características palaciegas, sino que convive con la simplicidad de los materiales y los ornamentos. Pilares, pisos, puertas son más bien simples», dice el arquitecto José Miguel Reyes, encargado de la recuperación de la propiedad. Hoy está en un 80 por ciento terminada, con siete de sus diez salones restaurados y en uso. Los propietarios estiman que el proyecto finalizará en 2017.
«Cuando la recibimos estaba muy dañada, pues llevaba un buen tiempo abandonada. Después vino el terremoto y hubo que actuar rápido para salvarla», agrega Gloria Muñoz.
La restauración se inició con la recuperación estructural. Los muros, que además estaban sometidos a la fuerte acción de la humedad, se fortalecieron con malla de metal desplegado, que luego se reestucaron. Los techos se desmontaron completamente y se recuperaron y sustituyeron las tejas coloniales dañadas. Estructural y ornamentalmente, la techumbre se renovó en un 60 por ciento.
Además, tanto la capilla -donde hoy se realizan conciertos de cámara y misas los domingos- como los parques fueron reconstituidos. «El informe sanitario de los árboles fue positivo. La mayoría de los del parque, ceibos, robles, cipreses, palmeras, tuliperos, estaban en buen estado», señala la paisajista Rocío Fernández, cuyo diseño mantiene la tradición colonial adaptada en un enfoque moderno.
Ahí, por ejemplo, se realizan pícnics familiares como parte de las actividades que, en paralelo a la restauración, tiene en marcha a La Sanchina. Mientras sus salones sirven para actividades privadas y en otros espacios se han instalado cafés y restoranes, en sus espacios exteriores, como el Patio del Arte, se desarrollan exposiciones de pintura y escultura, bazares de emprendedores, ferias de antigüedades y muestras de decoración, además de ferias de viñas del sector.
Espacio para eventos
No es lo único que se proyecta como rescate en La Sanchina. Hace unos cuatro meses que el arquitecto Jorge Swinburn del Río encabeza la recuperación de un espacio que se convertirá en un centro de eventos. «Estaba conectado a la casa en su origen, pero en algún momento se debe haber convertido en caballerizas. Recuperamos el galpón completamente con su línea histórica de madera y adobe, y reforzamos sus estructuras de techumbre y muros con tecnologías actuales, y los pintamos a la cal. Recuperamos las tejas coloniales y las vigas y soleras azueladas, un oficio antiquísimo que aún se hace en Coinco», dice el arquitecto.
«Cuando se planteó el proyecto inmobiliario estaba la opción de demoler la casa para usar el espacio y densificar, pero poco a poco nos fuimos dando cuenta que la casa, además de su valor histórico, tenía un potencial como punto de encuentro. Conservada como está y con sus nuevos usos, da un sentido de comunidad», concluye José Miguel Reyes.
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